Pensemos en un cuento, deshagamoslo como si de un ramillete de hierbas se tratase, metamoslo en un bol, y con un tenedor procedamos a batirlo; clink, clink, clink...batimos y batimos y batimos un poco más....levantando el tenedor -¡ahh magia de las palabras!!- Vemos que se ha convertido en una pasta densa,ni muy agüada, porque seria una historia sin fundamento, ni muy espesa, porque nos aburriría a los cinco minutos -Y probamos¡¡mmm!!-
Era una vez un rey aburrido y desobediente que tenía una hija muy disciplinada...
Probamos un poco más: -¡mmm me gusta!- vivían en un castillo sin ventanas que custodiaba un enanito obediente con una laaaarga barba blanca que daba consejos a la hija del rey, la princesa tiesa.
-¡Sigamos que esto está riquísimo!!: fuera del castillo, en un descampado poblado de basura y roedores habitaba un príncipe indeciso cuya mayor afición era la pesca de botes de conserva con una caña de cerveza,y cuya única obligación era cuidar una perrera donde se guardaban todos los lobos de los cuentos, negros, grises, rojos, viejos y menos viejos, lobatos novatos y lobeznos de los avernos.
Nuestro aburrido rey vagaba por el castillo ideando como atarle la larga barba al enanito consejero al menor descuido de este, produciendole continuos traspiés y tropiezos que le dejaban la nariz como una berenjena.
Un buen día, la princesa tiesa, harta de ver a su consejero dolorido, llamó a su padre y le dijo:
-¡papá, no puedes seguir haciendo estas travesuras a mi consejero!¡y puesto que ya te he advertido varias veces y no haces caso, te destierro al descampado de aquí al lado!-
Y dicho esto, el enano consejero y la princesa tiesa abrieron el enorme portón del castillo ante la mirada asombrada del rey, y con el dedo índice señalando hacia el descampado, le obligaron a salir del castillo. Este, no se lo pensó dos veces y dijo:
-¡Bueno, mejor me voy, por que aquí ya me empezaba a aburrir!
Y se fue al descampado de al lado.
Pasaron las horas y llegó la noche, y lo que era curiosidad empezó a convertirse en miedo, y lo que eran arbustos con flores, ahora eran siluetas amenazantes entre las que iban apareciendo ojos acechantes que lo observaban, y a los que gritaba: -¿por qué me miráis así? ¿No veis que soy vuestro rey?
Pero los ojos seguían allí,y a cada momento que pasaba, se hacían más grandes y más cercanos.
Nuestro rey empezó a sentir una sensación extraña que nunca antes había padecido, sentía que la piel se le contraía pero no tenía frío, sentía que la garganta se le secaba pero no tenía sed, y que quería gritar pero no podía... y fue en ese mismo momento que oyó una voz a lo lejos que iba diciendo:
-hombre, pescar, pescar, lo que se dice pescar… todos los días acabo con una cogorza de no te menees, por que cañita va cañita viene…
-¡eh tú!- dijo el rey
-¿qui…Quién anda ahí?- contestó la voz
-Te habla tu soberbio soberano!! ¿Son tuyos estos ojos que me atemorizan?
-¡eeh, no se señor, yo solo les doy de comer!- dijo el príncipe.
-¡te ordeno que les digas que dejen de mirarme como si fuera un chuletón!- dijo el rey
-peroo, no se si me obedecerán…
-¡si no dejan de mirarme así haré que te azoten y te echen de comida a las lagartijas!- ordenó el rey.
Rapidamente el príncipe bajó la mirada hacia el suelo, pero al momento se dió cuenta de que no eran sus ojos los que atemorizaban al rey, por que se tropezó con uno de los lobos de los cuentos, entonces el príncipe comenzó a dudar si debería decirle o no al rey quien le estaba mirando, y siguió dudando, y dudó un rato más... y fue entonces que como el rey no oía nada le dijo:
-haz lo que te digo y te colmaré de riquezas, te haré señor de mi castillo y pondré a mi enano consejero a tu disposición- dijo el rey
-ya pero majestad, si yo no sirvo para gobernar- dijo el príncipe
-te casarás con mi hija- replico el rey
-ah, bueno, pero…. Yo quiero casarme?- dijo para si el príncipe
-¡¡te daré lo que me pidas!! ¡¡Pero sálvame de estos ojos!!
Mientras tanto, los lobos tenían totalmente cercado al rey, quien ya notaba el voraz aliento en todo su cuerpo y empezaba a sentir que le menguaban las carnes.
Toda su real altivez se había quedado reducida a una corona mal puesta en su cabeza.
Fue entonces, después volver a dudar unos instantes que casi parecieron horas, que dijo el príncipe:
-¡perritos, sit,sit!
Y todos los lobos se echaron al suelo como si les hubiesen tirado con una cuerda de sus costillas, dejando al rey asombrado ante lo que estaba ocurriendo en sus narices.
-por todos los tronos de la tabla redonda!¿como has conseguido esto chaval?
-No se, yo... les doy de comer y les hablo. La verdad, es que es la primera vez que me hacen caso-dijo el príncipe.
-¡¡Estos animales son fantabulosos!! Seguro que a mi también me obedecerían. Pero… pide, pide por esa boca, que yo soy un rey de real palabra…- ordenó el rey.
-la verdad es que yo soy feliz con lo que tengo,y esto de cuidar de los lobos me aburre un poco,¿ por que no los guardamos en tu castillo y tu te encargas de darles de comer?
-La verdad es que no me parece mala idea, pero mejor esperemos a mañana y lo hablaremos con calma. ¿Tienes algún palacio digno de un rey para pasar la noche?- terció el avispado monarca.
-ehh...bueno, tengo una chozita no muy lejos...-contestó el príncipe.
-¡no se hable más!¡pongámonos en camino que debo descansar!- replicó el rey con rapidez.
Y mientras iban camino de la cabaña del principe, el rey trató de convencerle para que le permitiese todas sus comodidades, puesto que el era de sangre azul, y como tal tenía preferencias sobre los demás, pero tan solo pudo conseguir del príncipe que se jugarían la cama al ajedrez. Y así lo hicieron, se pasaron toda la noche jugando al ajedrez, bueno, en realidad no empezaron la partida por que el príncipe no supo decidirse por ninguno de los dos colores. Y así discutiendo les sorprendió el día, y el rey, aburrido de las dudas del príncipe tuvo sueño, y decidió volver a su castillo, pero eso si, con una manada de lobos a su lado, a los que había prometido comer solomillo y entrecot día si, día también. Los lobos se fueron de buena gana puesto que ya estaban aburridos de la dieta a base de caracoles y acelgas a la que les tenía sometidos el príncipe, ya que era lo único que sabía cazar este.
Cuando llegó al castillo no le hizo falta llamar a su hija, ya que el portón estaba abierto, entró con el paso acelerado para contar su experiencia, pero no halló a nadie por ningún lado, tan solo una nota en la real mesa de la cocina que decía:
Tras reunirme varias veces con mis consejeros -o sea, mi enano consejero- he decidido que nuestro reino debe establecer relaciones comerciales fuertes con otros reinos, y por ello, tras muchas deliberaciones, he decidido montar una red de horchaterías en Londres, para ello, me voy para allá con mi consejo al completo, o sea, mi enano consejero.
PD: no me esperes levantado
Reales besos de tu hija
Después de leer todo esto, al rey se le empezaron a ocurrir montones de reformas en el castillo para su nueva vida, redecoró las habitaciones, puso canal plus en el castillo, calefacción central, y cuantas comodidades se le ocurrieron para el y sus lobos.
El príncipe, dudó a que dedicarse, y mientras lo hacía, se tiró en la hierba a rascarse el ombligo, y dicen que todavía allí sigue.
Cuenta a quien pasa por allí que así como está, tumbado boca arriba, de cuando en cuando ve pasar algún bando de perdices, pero que no le dan ganas de comerlas, que prefiere seguir comiendo acelgas y caracoles
Era una vez un rey aburrido y desobediente que tenía una hija muy disciplinada...
Probamos un poco más: -¡mmm me gusta!- vivían en un castillo sin ventanas que custodiaba un enanito obediente con una laaaarga barba blanca que daba consejos a la hija del rey, la princesa tiesa.
-¡Sigamos que esto está riquísimo!!: fuera del castillo, en un descampado poblado de basura y roedores habitaba un príncipe indeciso cuya mayor afición era la pesca de botes de conserva con una caña de cerveza,y cuya única obligación era cuidar una perrera donde se guardaban todos los lobos de los cuentos, negros, grises, rojos, viejos y menos viejos, lobatos novatos y lobeznos de los avernos.
Nuestro aburrido rey vagaba por el castillo ideando como atarle la larga barba al enanito consejero al menor descuido de este, produciendole continuos traspiés y tropiezos que le dejaban la nariz como una berenjena.
Un buen día, la princesa tiesa, harta de ver a su consejero dolorido, llamó a su padre y le dijo:
-¡papá, no puedes seguir haciendo estas travesuras a mi consejero!¡y puesto que ya te he advertido varias veces y no haces caso, te destierro al descampado de aquí al lado!-
Y dicho esto, el enano consejero y la princesa tiesa abrieron el enorme portón del castillo ante la mirada asombrada del rey, y con el dedo índice señalando hacia el descampado, le obligaron a salir del castillo. Este, no se lo pensó dos veces y dijo:
-¡Bueno, mejor me voy, por que aquí ya me empezaba a aburrir!
Y se fue al descampado de al lado.
Pasaron las horas y llegó la noche, y lo que era curiosidad empezó a convertirse en miedo, y lo que eran arbustos con flores, ahora eran siluetas amenazantes entre las que iban apareciendo ojos acechantes que lo observaban, y a los que gritaba: -¿por qué me miráis así? ¿No veis que soy vuestro rey?
Pero los ojos seguían allí,y a cada momento que pasaba, se hacían más grandes y más cercanos.
Nuestro rey empezó a sentir una sensación extraña que nunca antes había padecido, sentía que la piel se le contraía pero no tenía frío, sentía que la garganta se le secaba pero no tenía sed, y que quería gritar pero no podía... y fue en ese mismo momento que oyó una voz a lo lejos que iba diciendo:
-hombre, pescar, pescar, lo que se dice pescar… todos los días acabo con una cogorza de no te menees, por que cañita va cañita viene…
-¡eh tú!- dijo el rey
-¿qui…Quién anda ahí?- contestó la voz
-Te habla tu soberbio soberano!! ¿Son tuyos estos ojos que me atemorizan?
-¡eeh, no se señor, yo solo les doy de comer!- dijo el príncipe.
-¡te ordeno que les digas que dejen de mirarme como si fuera un chuletón!- dijo el rey
-peroo, no se si me obedecerán…
-¡si no dejan de mirarme así haré que te azoten y te echen de comida a las lagartijas!- ordenó el rey.
Rapidamente el príncipe bajó la mirada hacia el suelo, pero al momento se dió cuenta de que no eran sus ojos los que atemorizaban al rey, por que se tropezó con uno de los lobos de los cuentos, entonces el príncipe comenzó a dudar si debería decirle o no al rey quien le estaba mirando, y siguió dudando, y dudó un rato más... y fue entonces que como el rey no oía nada le dijo:
-haz lo que te digo y te colmaré de riquezas, te haré señor de mi castillo y pondré a mi enano consejero a tu disposición- dijo el rey
-ya pero majestad, si yo no sirvo para gobernar- dijo el príncipe
-te casarás con mi hija- replico el rey
-ah, bueno, pero…. Yo quiero casarme?- dijo para si el príncipe
-¡¡te daré lo que me pidas!! ¡¡Pero sálvame de estos ojos!!
Mientras tanto, los lobos tenían totalmente cercado al rey, quien ya notaba el voraz aliento en todo su cuerpo y empezaba a sentir que le menguaban las carnes.
Toda su real altivez se había quedado reducida a una corona mal puesta en su cabeza.
Fue entonces, después volver a dudar unos instantes que casi parecieron horas, que dijo el príncipe:
-¡perritos, sit,sit!
Y todos los lobos se echaron al suelo como si les hubiesen tirado con una cuerda de sus costillas, dejando al rey asombrado ante lo que estaba ocurriendo en sus narices.
-por todos los tronos de la tabla redonda!¿como has conseguido esto chaval?
-No se, yo... les doy de comer y les hablo. La verdad, es que es la primera vez que me hacen caso-dijo el príncipe.
-¡¡Estos animales son fantabulosos!! Seguro que a mi también me obedecerían. Pero… pide, pide por esa boca, que yo soy un rey de real palabra…- ordenó el rey.
-la verdad es que yo soy feliz con lo que tengo,y esto de cuidar de los lobos me aburre un poco,¿ por que no los guardamos en tu castillo y tu te encargas de darles de comer?
-La verdad es que no me parece mala idea, pero mejor esperemos a mañana y lo hablaremos con calma. ¿Tienes algún palacio digno de un rey para pasar la noche?- terció el avispado monarca.
-ehh...bueno, tengo una chozita no muy lejos...-contestó el príncipe.
-¡no se hable más!¡pongámonos en camino que debo descansar!- replicó el rey con rapidez.
Y mientras iban camino de la cabaña del principe, el rey trató de convencerle para que le permitiese todas sus comodidades, puesto que el era de sangre azul, y como tal tenía preferencias sobre los demás, pero tan solo pudo conseguir del príncipe que se jugarían la cama al ajedrez. Y así lo hicieron, se pasaron toda la noche jugando al ajedrez, bueno, en realidad no empezaron la partida por que el príncipe no supo decidirse por ninguno de los dos colores. Y así discutiendo les sorprendió el día, y el rey, aburrido de las dudas del príncipe tuvo sueño, y decidió volver a su castillo, pero eso si, con una manada de lobos a su lado, a los que había prometido comer solomillo y entrecot día si, día también. Los lobos se fueron de buena gana puesto que ya estaban aburridos de la dieta a base de caracoles y acelgas a la que les tenía sometidos el príncipe, ya que era lo único que sabía cazar este.
Cuando llegó al castillo no le hizo falta llamar a su hija, ya que el portón estaba abierto, entró con el paso acelerado para contar su experiencia, pero no halló a nadie por ningún lado, tan solo una nota en la real mesa de la cocina que decía:
Tras reunirme varias veces con mis consejeros -o sea, mi enano consejero- he decidido que nuestro reino debe establecer relaciones comerciales fuertes con otros reinos, y por ello, tras muchas deliberaciones, he decidido montar una red de horchaterías en Londres, para ello, me voy para allá con mi consejo al completo, o sea, mi enano consejero.
PD: no me esperes levantado
Reales besos de tu hija
Después de leer todo esto, al rey se le empezaron a ocurrir montones de reformas en el castillo para su nueva vida, redecoró las habitaciones, puso canal plus en el castillo, calefacción central, y cuantas comodidades se le ocurrieron para el y sus lobos.
El príncipe, dudó a que dedicarse, y mientras lo hacía, se tiró en la hierba a rascarse el ombligo, y dicen que todavía allí sigue.
Cuenta a quien pasa por allí que así como está, tumbado boca arriba, de cuando en cuando ve pasar algún bando de perdices, pero que no le dan ganas de comerlas, que prefiere seguir comiendo acelgas y caracoles
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